A buen seguro, cuando comencéis a leer "El arlequín y el clítoris" pensaréis que desentona bastante con la temática del resto de relatos de este blog. Este es un relato que me ha enviado Ricardo Iribarren, al cual agradezco cordialmente su aportación. No he dudado en compartirlo con vosotros por dos motivos: el primero es que me parece una historia genuina y enmarcada con maestría en un complejo transfondo fantástico lindando con el erotismo. El segundo es que en el fondo, siendo capaces de leer entre líneas, no diverge tanto de los textos de mi cosecha que, de vez en cuando, os dejo por aquí. Disfrutadlo.
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Donatella no recordaba el momento en que descubriera el Barquito (su forma de llamar a clítoris); quizá al acariciarlo por primera vez se desatara el placer súbito, las deliciosas ganas de orinar y Abdur, el arlequín, saltando como un grillo. Traje rojo con rombos negros, sombrero simulando un par de cuernos y zapatos en punta como los payasos; entre una y otra voltereta, se detenía para mirarla: rostro alargado, voz profunda y ojos tristes a pesar de la sonrisa.
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Su madre debía bañarla en casa del vecino, ya que en la suya siempre faltaba el agua. Al terminar, la envolvía en toallas tibias y sobre la cama, Donatella seguía acariciando el Barquito. El arlequín corría entonces por las paredes, se columpiaba en las manchas de grasa y a veces lo acompañaban perros, focas o leones que ejecutaban números asombrosos. Cuando la niña retiraba la mano de la entrepierna, todos desaparecían en medio de chispas encarnadas.
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