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lunes, 30 de mayo de 2011

Oportunidades

El agradable calor del amanecer ha dado paso a otro más sofocante y húmedo. La luz del sol se proyecta hacia el interior del autocar desde el cristal. Colorea de un tono anaranjado los asientos vacíos, los cabellos de algunas mujeres, y ciertas zonas del pasillo. Algunas personas dormitan. Otras, las menos, se aferran a las barras portando mochilas o maletines. Cada poco echan un vistazo al reloj, como esperando ralentizar así el tiempo.

El autobús se detiene en una nueva parada bruscamente. Apenas dos personas se apean en ella y siete u ocho se disponen ya a pagar el billete.

La parte trasera del bus suele ser la más tranquila. Es por eso que casi siempre me acomodo ahí. El estruendo del motor es molesto, pero los coloquios entre las personas que se agolpan más adelante es aún peor. Hasta hace no tanto, procuraba ocupar otros asientos y escucharlas. Al principio lo conseguía, pero después era cada vez más difícil comprenderlas.

Decidí refugiarme en este furioso rincón trasero. Desde aquí observo cada parada, cada escenario. Si echo atrás la vista, aún recuerdo la última parada en la que me bajé. Resultó ser un lugar cautivador. Quizás no a primera vista, pero poco a poco su ambiente me fue atrapando. La marquesina estaba ubicada justo al lado de una playa. Los paseos sobre la arena durante las tardes y el romper de las olas por las noches me fueron hechizando, minuto a minuto.

Soy incapaz de saber cuándo se rompió el extraño encantamiento y me subí al siguiente bus. Lo que sé es que, desde entonces, he observado muchos lugares y este autobús se ha detenido en centenares de paradas. Pero sigo ocupando este asiento. Noto que cada vez hay menos lugares que atraigan mi atención durante más de unos segundos. Quizás porque, inconscientemente, he estado preparándome para que así sea.

Mentiría si dijera que nunca he pensado cual será mi próxima parada: el lugar que me haga abandonar el calor imposible de este asiento. Y mentiría si dijera que nunca he pensado en que quizás no exista tal lugar.


Las paradas se seguirán sucediendo, como oportunidades. Probables pero no infinitas. No puedo evitar pensar en ocasiones que, kilómetro tras kilómetro, voy poco a poco desechándolas. Pero también sé que los lugares atrapan en escasos segundos, y que al llegar al que busco lo sabré. Algo me lo dirá incluso antes del frenazo de rigor.

¿Hasta dónde? Tal vez el final solo sea una parada más, la última, en la que nos vemos obligados a bajarnos del autobús. Tal vez la senda se va estrechando hasta que sólo abarca una oportunidad.  

Quizás la felicidad sea tan solo una parada, o varias, del trayecto. Tal vez nuestro destino, la parada final, figure en el reverso de nuestro billete. Tal vez anotado en un idioma desconocido. En un código incomprensible.

Imágenes de arepa 182 y Roberto García

4 comentarios:

  1. En ese autobús nos subimos todos y vamos cambiando de asiento según van pasando las paradas. Ahora tú necesitas sentarte atrás porque no deseas involucrarte, pero posiblemente cambiarás en un tiempo. Yo seguiré mirando por la ventanilla, deseando encontrarme con un paisaje acogesor, que me de tranquilidad durante el viaje, aunque la mayoría de las veces, sólo veamos desiertos áridos y secos.
    Saludos
    ana

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  2. Un saludo para tí, Ana.

    Supongo que el viaje en lo esencial es similar para todos, y hay que saber disfrutar de los tramos más hermosos y afrontar los demás!

    Besos!

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  3. Interesante reflexión acerca de la vida . Estoy de acuerdo contigo en que mucho antes de llegar a esa parada que tanto buscamos o anhelamos, se sabe que es esa, algo dentro de uno se remueve y lo sabes con una claridad infinita. Es parada se convierte en el final de un largo viaje y el comienzo de otro.

    Un abrazo amigo!!!!

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  4. Gracias por pasarte y comentar, Ana. Todos tenemos que tener fé siempre en hallar esa parada. Aunque las mejores cosas pasen siempre cuando menos las esperamos.

    ¡Un beso!

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