Eres extraña. Quizás, en otra época, me habría convencido de que eres especial. Y quizás tras la frase habría asomado una media sonrisa. El caso es que hay tiempos a los que, una vez extinguidos, no podemos volver a acceder. Y el tiempo y algunas heridas me han enseñado a utilizar otros términos.
Eres extraña. A veces ideas monólogos que casi parecen eternos, y otras te pierdes en los más fondos silencios, esos que casi resultan incómodos. A veces dices ser la última romántica, y otras sostienes que eso del amor solo es cosa de la dopamina y la adrenalina. A veces azúcar y, solo horas después, sacarina.
Si me preguntas, te diré que siempre he sido un conformista y que siempre he huido del riesgo. Sin embargo, en realidad, creo que adoro los riesgos. Tal vez esos pequeños riesgos que parecen infantiles, pero riesgos al fin y al cabo. Si en alguno de tus silencios, de esos momentos de ausencia, elevases súbitamente la mirada, probablemente me descubrieses. Mirarte mientras piensas, callas, saboreas un café o haces cualquier otra cosa cotidiana es uno de esos riesgos, casi absurdos, que seguiría corriendo aunque te percatases decenas de veces de ello.