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lunes, 15 de septiembre de 2008

La primera mañana

El café era amargo, como todos los que servían en el centro. Y, como también ocurría casi siempre, más caro de lo habitual. Pero no me importó. Nada de todo aquello reprimió mi necesidad de sumergirme en el nocivo calor y la calma que a mitad de mañana se instalaba en una cafetería a la que nunca antes había entrado. Quizá necesitaba resguardarme del súbito frío que se había instalado en las calles, o simplemente algo para combatir el plomizo sopor que se cernía sobre mi cuerpo.


Pedí dos cafés y tomé asiento al fondo del local, junto a una cristalera que daba al exterior.  Consulté mi reloj y observé que restaba casi media hora aún hasta que llegase el próximo autobús. Traté de sumirme en la lectura de la novela de Ellery Queen que estaba terminando. Pero las mañanas grises parecen generar en lo más fondo de nuestro ser un firme sentimiento de melancolía que potencia la lucidez de nuestros recuerdos.


Y, entre los míos, aún conservaba demasiadas mañanas nubladas entre sabores amargos. Y otros no tan amargos, pero que con el tiempo han ido caducando hasta tornarse repulsivos. Demasiadas palabras extraviadas en el tiempo, pero que de vez en cuando retornan, como impulsadas por el viento, hasta mis oídos. Frases que no querría oír pero que, indelebles en mi esencia, seguirán surgiendo ocasionalmente, reticentes a internarse en el penumbroso pozo del olvido. El pozo al que, al fin y al cabo, quizá no arrojamos tantas cosas como creemos. O queremos.


La furiosa lluvia comenzó a golpear el cristal, casi cuando ya me disponía a abandonar el establecimiento. Aquella mañana parecía delimitar los lindes del calor estival, era la primera del otoño aunque el calendario no lo reconociese. Un otoño que jamás había traído nada bueno a mi vida. Y con él, la rutina me esperaba de nuevo. Me aguardaba un año complicado, y los cambios en todos los ámbitos eran demasiado nimios como para afrontarlo con una visión optimista.


Apuré mi café y me puse en pie, avanzando hacia la puerta. Antes de salir, de modo casi ritual, me di la vuelta y atisbé entre la multitud la mesa que había ocupado. Suspiré observando el otro café intacto encima de la mesa, y me alejé deseando fervientemente que mi fiel compañera, la que a todos lados me seguía, permaneciese allí, degustando su café, al menos durante un tiempo.



Rober escucha "November Rain" de Guns & Roses

3 comentarios:

  1. Me encaaaaaaanta! ^^

    Y sabes que yo no digo las cosas por cumplir. La compañera que espera tomando el café pueden ser tantas y tantas cosas... los recuerdos, la soledad, algo que nos puede acompañar a todas horas en un momento de nuestra vida.

    TeSuperAgarro manitoo!!!!! mil besos

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  2. me encantan tus relatos....... pa que decirte que toy aqui aguentando la lloyera.... XD no tengo remedio..... pero bueno... mas me vale yorar pro eso... por lo lindo que escribes...

    BESITOS KEKO

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