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sábado, 23 de enero de 2010

"Cerrar los ojos"

-          Ante todo, Raúl, quiero pedirte que intentes estar tranquilo. – La voz femenina tenía el timbre y la calidez propicias para tranquilizarle, eso había que reconocerlo, pero en aquella situación no lo consiguieron, y Raúl pensó que no era extraño.

-          Es complicado, ¿sabe? No todos los días intentan acusarle a uno de algo. – Espetó sin pensar demasiado en las consecuencias. Menos si es un policía, y menos si es de asesinato, pensó, pero ésta vez fue capaz de quedarse para sí sus palabras.

-          Nadie te está acusando de nada, Raúl. Sólo tratamos de descartar hipótesis posibles. Por eso queremos que nos ayudes.

-          Ya – Replicó sin demasiada convicción, y se arrellanó en el incómodo asiento.

-          ¿Desde cuándo…? – La voz se detuvo, como si no supiese muy bien cómo continuar, o estuviese dudando si hacerlo o no. - ¿Desde cuándo no puedes ver, Raúl?

-          Nunca he podido ver, comisaria. ¿A qué viene eso?

-          Supongo que simple curiosidad, si lo quieres llamar así. Hay mucha gente que pierde la visión después de algún accidente grave. Pensé que a ti podía haberte pasado algo así.

-          No es el caso.

-          Entiendo. Veamos, Claudia Gómez fue, según indican las pruebas forenses practicadas, asesinada. Parece que entre la madrugada del día 24 y el mediodía del 25. ¿Puedes decirme qué hacías la noche del día 24, Raúl?

-          Bueno, era Nochevieja. Pasé la cena en familia, hasta la una o así. Después, unos amigos vinieron a buscarme y estuvimos fuera unas horas.

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-          ¿Qué hicisteis?

-          Nada demasiado distinto a cualquier fin de semana. Solemos parar mucho en el “Irish Cot” ¿Lo conoce?

-          No. Lo siento.

-          Según dicen, es una especie de taberna irlandesa. La decoración también parece que está bien. Normalmente nos reunimos allí cada fin de semana, con un par de cervezas, y charlamos.

-          ¿Hace mucho que paráis por ese local?

-          Años. No nos gustan los sitios con la música a todo trapo en los que no se puede ni hablar. Preferimos algo tranquilo, y un poco de rock de fondo. Y el “Irish” cumple bastante bien.

-          Entonces, sois clientes habituales, más o menos. – Dedujo la comisaria mientras anotaba en su nuevo cuaderno el nombre del pub.

-          Podríamos decir que sí.

-          Si necesitásemos confirmar tu coartada, a buen seguro nos toparíamos con varios clientes dispuestos a asegurarnos que estuvisteis allí aquella noche. –Continuó indagando. Raúl emitió un extraño ruidillo líquido con la boca antes de responder.

-          Supongo. Es fácil. Pregunten por el que siempre va ciego. Casi todos me conocen así.

-          Entiendo. – Aseguró ella, anotando de nuevo la información, aunque sin albergar la certeza de que aquello no fuese simplemente ironía.

-          ¿Nunca te ha molestado que te digan algo así?

-          Creo que no. Si perdiese el humor estaría muerto. Además, son buena gente, les conozco bien.

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-          ¿Conocías a Claudia, Raúl? – Disparó la comisaria, y Raúl tardó unos segundos en mover sus labios, quizá para asentarse tras el repentino cambio en la conversación.

-          Ajá.

-          ¿Paraba alguna vez en el “Irish Cot”?

-          Creo que tres o cuatro veces. Mis amigos me la presentaron una noche. Creo que era bastante guapa y Juan le había intentado arrancar algo más que una conversación. Charlamos un rato. Me cayó bastante bien. Tenía una forma de pensar peculiar. Tocamos temas que jamás surgían con los demás. Hablamos de U2 y de literatura. Creo recordar que le gustaba escribir.

-          Parece demasiada información obtenida en una noche. – Apuntó ella esbozando una media sonrisa.

-          Lo sé. Pero a veces hay personas con las que encajas de un modo especial, y supongo que ella fue una de ellas. Después se pasó por el “Irish” algún día más y se acercó a saludarme.

-          ¿Te atraía Claudia? Como algo más que una amiga, me refiero.

-          No lo sé. – Replicó Raúl simplemente, algo molesto tras aquella pregunta.

-          ¿No lo sabes?

-          Es una pregunta difícil. Si pudiese valorar su rostro o su cuerpo podría asegurarlo. Creo que es una de las cosas que distingue una amistad de algo más. Y cuando llevas toda la vida sin poder apreciar eso que la distingue, no es tan fácil diferenciar quién es tu amiga de quién puede llegar a ser algo más.

-          Creo que te entiendo. ¿Cuándo fue la última vez que coincidiste con Claudia, Raúl?

-          No lo recuerdo. Quiero decir, no el día exacto, pero fue hace unas semanas. Había una especie de fiesta universitaria, o algo así, y sus amigas la habían dejado tirada.

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-          Bien. – Prosiguió la mujer. Raúl pudo escuchar el fortuito y desagradable chirrido de la silla, y después unos pasos acompasados. Supuso que la comisaria se habría puesto de pie. – Raúl, ¿dirías que conocías bien a Claudia? Sé que no es una pregunta fácil. Tómate el tiempo que necesites para contestar.

-          Vale. ¿Podría acercarme otro vaso de agua? Este ya me lo he terminado. – Pidió el joven. La comisaria giró sobre sus talones, se arrimó a la pequeña máquina instalada cerca de la pared opuesta de la habitación, cogió un vaso de plástico y lo llenó casi a rebosar.

-          Gracias. – Musitó Raúl al segundo sorbo con el que había vaciado ya casi la mitad del contenido. – No diría que la conozco demasiado. – Respondió finalmente. – Conozco alguna cosa, algún detalle. Cosas que seguramente no tienen importancia.

-          Aquí todo tiene importancia. – Le interrumpió la comisaria en tono cortante. – Todo. La más mínima pista puede conducirnos a resolver un caso.

-          Pregunte entonces. Aunque no sé si podré ayudarle.

-          ¿Sabes si tenía algún enemigo? ¿O simplemente alguien con quien no se llevase bien? Es el tipo de tema del que primero suele hablarse. Tendemos a exteriorizar nuestro malestar cuando se nos brinda la primera ocasión.

-          Lo siento. Nunca me dijo nada así. Tampoco parecía la típica persona que cuenta sus penas al primero que pase.

-          ¿Tenía pareja?

-          Había roto con su chico hacía no mucho, creo. Me dijo que era demasiado celoso, que había dejado de ser la persona que había  conocido, o algo así. – No había concluido la frase y ya escuchaba la punta del bolígrafo trazando palabras en la libreta de la comisaria.

-          ¡Vaya, vaya! Tenemos un ex – novio al que no parece haberle hecho mucha gracia despedirse de Claudia. Supongo que podríamos tirar de ahí. Más cosas: ¿te habló de su relación con sus padres, o con algún otro miembro de la familia?

-          No, creo que no.

-          Bien, Raúl. Ahora vamos a volver a viajar en el tiempo. Quiero que te sitúes en el día 30, anteayer.

-          Ajá.

-          Y que me relates todo lo que recuerdes haber hecho. Desde que has puesto un pie fuera de la cama. Lo más detalladamente posible.

-          Recuerdo que me desperté bastante pronto, aunque tardé en levantarme. Conecté la radio como suelo hacer siempre, para enterarme un poco de lo que pasa en el mundo, y esas cosas. Mi madre ya tenía preparado el desayuno cuando llegué a la cocina. Después…

-          ¿Recuerdas que desayunaste? – Espetó la comisaria. Había formulado la pregunta a tal velocidad que Raúl tardó unos segundos en llegar a comprender que, efectivamente, le había preguntado eso.

-          Tostadas con mermelada, como casi siempre.

-          Continúa.

-          Después me di una ducha y hablé un rato con mi madre antes de ponerme a leer un rato.

-          ¿Te pasaste toda la tarde leyendo? – Preguntó, en apariencia sorprendida, su interlocutora.

-          Sí. No crea que es tanto tiempo. Leer en braille lleva mucho más tiempo que leer como leen ustedes, o eso dicen.

-          ¿Y qué leías?

-          1984, de Orwell.

-          ¿Estuviste leyendo hasta que tus amigos pasaron a recogerte?

-          Ajá. Justo después de cenar nos fuimos.

-          Bien. Hasta aquí no hay nada extraño. Ahora viene lo que no me encaja. Claudia Gómez apareció muerta en el cementerio, sobre una lápida. Según vuestro testimonio, vosotros mismos la encontrasteis. ¿Correcto?

-          Correcto.

-          En realidad, tus amigos dicen que fuiste tú quien la localizaste. Les avisaste. Si no hubieses dicho nada os habría pasado inadvertida.

-          Habríamos terminado dando con ella, supongo.

-          Bien. – La comisaria carraspeó, y dejó que se sucediesen unos segundos. A continuación, apoyó sus dedos sobre la mesa y cargó sobre ellos el peso de su cuerpo. Su tono, y el volumen de su voz, variaron sensiblemente. Lo que antes había sido cordialidad se tornó en una actitud más arisca, rozando lo amenazante en ciertos momentos.

-          ¿Qué coño hacían cuatro muchachos como vosotros en un cementerio a las cuatro de la madrugada?

-          Se lo he dicho a sus compañeros. –Contestó Raúl con naturalidad. – Armando estudia fotografía, y estaba haciendo un proyecto acerca de fotografía fúnebre. Quería sacar unas pocas fotos y nos pidió que le acompañásemos.

-          ¿Tenéis autorización para eso?

-          ¿Es necesaria?

-          No se puede estar sin más en un cementerio por la noche. Ni mucho menos grabar o hacer fotografías. Necesitáis una autorización del Ayuntamiento para estar allí. – El tono de reproche del que aquella mujer hizo uso molestó a Raúl.

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-          Ninguno de nosotros le ha hecho ningún daño a Claudia. ¿Cómo quiere que se lo diga?

-          Con pruebas. Es lo único que a la policía nos sirve. Tu testimonio nos es útil, pero si no existen pruebas para sostenerlo, alguien puede decir justo lo contrario. Y entonces tu declaración ya no tiene validez. ¿Entiendes?

-          ¿Y alguien ha dicho todo lo contrario de lo que yo estoy contándole? ¿Alguno de los demás le ha explicado algo distinto?

-          La verdad es que no. Pero eso no demuestra nada. Podríais haber acordado entre todos vuestra declaración.

-          O sea que no va a fiarse de nada de lo que le diga a no ser que tenga un testigo o un papelito firmado por alguien, ¿no?

-          Sí, más o menos. En cualquier caso, supongamos que vuestra presencia allí obedecía a las razones que me indicas. En ese caso, ¿cómo es que fuiste el primero en darte cuenta de que el cadáver estaba allí? Tus compañeros aseguran que prácticamente les guiaste hasta él. – Planteó la comisaria, y un denso silencio, aunque no demasiado prolongado, surgió entre las dos personas que se encontraban en la sala.

-          Si no es capaz de creer en algo sin pruebas, nunca me creería. – Se limitó a responder él.

-          Inténtalo. A lo mejor los dos nos llevamos una sorpresa.

-          Como quiera: Lo percibí. Eso ocurrió.

-          ¿Cómo que lo percibiste?

-          Lo percibí. Lo sentí.

-          No te entiendo. ¿Como un presentimiento?

-          Es más complicado.

-          ¿Me quieres hacer creer que encontraste a esa tía muerta porque tienes una especie de sexto sentido o algo así? ¡No me jodas, Raúl, que somos mayorcitos para creer en estas cosas!

-          No sé si es un sexto sentido. Es algo que los que no podemos ver vamos desarrollando. Ya le digo, no sé explicarlo.

-          Pues ya puedes ir encontrando las palabras. – Urgió la comisaria.

-          Cuando entramos a aquel lugar supe que había algo malo allí. No sé cómo lo percibí exactamente, pero lo hice.

-          Tienes que entender que eso me resulta imposible de creer.

-          No es extraño. Mucha gente cree que las personas ciegas, sólo por el hecho de que no podemos ver, no percibimos la realidad. En verdad, sí que podemos hacerlo, aunque de otra manera.

-          ¿Ah, sí? Puedes decirme, por ejemplo, que “percibes” en este cuarto?

-          Veamos. La silla donde estoy sentado es de metal, por el tacto frío, y también la mesa. La sala no es muy grande, porque antes le he pedido agua, he oído el ruido de la máquina, y no ha tardado mucho en llegar a ella ni en traerme el vaso. Seguramente no hay ventanas, huele mucho a cerrado. Usted lleva zapatos de tacón: al sonido de sus pasos es inconfundible. Y está nerviosa, porque ha empezado a respirar con mayor frecuencia que antes. Si me equivoco en algo, puede decírmelo. ¿Podría decirme qué hora es?

-          No llevo reloj.

-          Ni tampoco está casada, ni prometida, porque no lleva alianza. Y es diestra.

-          ¿Y eso cómo lo sabes?

-          Al llegar me ha dado la mano. La derecha.

-          ¿Y cómo sabías que no llevo la alianza en la otra mano?

-          No lo sabía. Ahora ya sí. Si la llevase me habría llevado la contraria cuando he dicho que no la llevaba. – Explicó Raúl. La comisaria sonrió y se inclinó hacia delante en el asiento.

-          Todo muy lógico, pero eso no explica nada, y lo sabes. Una cosa es percibir todo lo que me has dicho, y otra percibir un cuerpo. Me das referencias, ¿qué referencia tenías aquella noche, Raúl?

-          No lo sé. Yo no me doy cuenta de esas “referencias” de las que habla. Supongo que con el tiempo las he ido obviando.

-          En resumen, no puedes facilitarme ninguna prueba.

-          No puedo darle una prueba que pueda ver con sus ojos, que es lo que busca. Por eso está nerviosa, y respira tan rápido. Porque no tengo pruebas que aclaren su caso, y eso le inquieta. Sabe que sin ellas no puede avanzar, ni siquiera culparme de nada. Y eso le come por dentro porque usted venía con la clara idea de salir de esta sala con una confesión de asesinato por mi parte. También puede pararme si me equivoco en algo.

-          Mira, niñato. – Exclamó la comisaria, poniéndose súbitamente en pie y estrellando el puño contra la mesa metálica. – ¡No te hagas el listo conmigo! No vas a salir de aquí hasta que no me cuentes toda la verdad.

-          Ese es el problema. Que usted quiere la verdad, y la verdad no está siempre en un papel o ante sus ojos, que es donde ustedes, los policías, la buscan. Hay una parte de la realidad que la mirada no puede encontrar. Por eso a veces es mejor cerrar los ojos para descubrirla. Se lo digo por experiencia. Y ustedes tienen la mala costumbre de andar siempre con los ojos bien abiertos.

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6 comentarios:

  1. mui buuuenn relaathoo mee gustoo =)

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  2. Me gusta, me gusta, sobre todo el narrador. Aunque los "ajá" me pegan más a mi :P

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  3. La voz de la comisaria al principio tampoco ha estado mal, ¿eh? :P

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  4. Muchas gracias por pasarte y comentar, JENNIFER, me alegra que te haya gustado.

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  5. Una buena moraleja con lección moral incluida. Un relato increible Rober en el que se saca más leyendo entre líneas que poniéndole sonidos a éstas. Como siempre un placer leerte amigo!!!!!

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  6. Muchísimas gracias, Ana.

    Como dices, hay que acostumbrarse a leer entre líneas cada relato, sea de quien sea, porque muchas veces descubriremos e interpretaremos cosas que de otro modo nos pasan inadvertidas.

    Un abrazo enorme, amiga ;)

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